viernes, 11 de mayo de 2012

¿Vas a tirar eso?


gastronomía.
(Del gr. γαστρονομία).
1. f. Arte de preparar una buena comida.
2. f. Afición a comer regaladamente.



A mi la gastronomía es una de las cosas que más me gustan, aunque cocinar no es algo que me vuelva loco. Hay gente a la que cocinar la tranquiliza.  A mí hay veces que me pone nervioso e hiperactivo. Que si hay que pelar esto, estar pendiente del fuego que se queman las cosas, la tapadera, escurrir, que si el infernal ruido del extractor, cuidado de no cortarte... para que al final te quede la comida sosa. Pero bueno. Supongo que también será por mi falta de práctica e interés en los fogones.

Como decía, la gastronomía me encanta, pero, siguiendo su definición, yo no sería un artista, sino un grandísimo aficionado. La gente que me rodea lo sabe. Mi madre se encarga de que mi plato siempre sea el que más comida tiene. Y entre mis amigos también soy de los más voraces. Tuve un compañero de piso con el que comencé una relación alimentaria: él aportaba algo, yo aportaba algo, y así comíamos. Cocinábamos juntos, cucharón a cucharón, nos poníamos a la mesa juntos, codo a codo, y limpiábamos los platos antes de que llegaran al fregadero. Una relación bastante buena y fructífera, en la que la ingesta de nutrientes era espectacular. Aquello no eran almuerzos, o cenas. Eran banquetes. Y es que nos encantaba compartir mesa y mantel, charlar, reír, y degustar lo que para nosotros eran manjares, aunque sólo fuera una simple ensalada. Pero, cual Romeo y Julieta, nuestra relación llegó a oídos de la madre de mi compañero de piso. Pero no por mí, o por él. Nadie la desveló. Excepto una barriguita y una papadita que, según ella y sólo ella, cada vez eran más incipientes en él. Ninguno, ni siquiera él, se había percatado de semejante hecho. Por lo que, una vez descubierto lo que hacíamos, ella le prohibió tajantemente seguir la relación conmigo. Se acabaron las compras compartidas, los fregados compartidos, y ya no habría más "pásame el pan", "esto para ti y la otra mitad para mí", "ahora pongo la mesa", "espérame para almorzar", "mira lo que traigo para cenar esta noche", "¿qué te apetece comer hoy?". Y se acabó lo mejor: la sobremesa. En ella nos vanagloriábamos de otra gran faena: acabar con la comida del día, incluso si había que rebañar en la olla. Y eso lo hacíamos con una sonrisa cómplice mientras nos acariciábamos la barriga, llena. Todo eso se acabó.

Nos separamos a la hora del almuerzo y la cena, y ya cada uno usaba sus sartenes, sus cazos y esperaba su propio turno para el microondas, mientras nos mirábamos lamentando nuestra suerte. Luego, con el tiempo, alguna que otra vez volvimos a hacerlo, a escondidas. Y ese era nuestro secreto. ¡Cómo echo de menos esos almuerzos!

Y es que yo, glotón por naturaleza, desde siempre he dicho una frase que más de uno habrá escuchado e incluso entonado (y con esto la cosa mundana del día): "¿Vas a tirar eso? Trae pacá anda, que yo me lo como".

miércoles, 9 de mayo de 2012

¿Esta o aquella?

La disyuntiva era la misma que otras tantas veces (casi siempre). ¿Esta o aquella? De esa decisión dependía mi tiempo, y no disponía de mucho, la verdad. Cavilando, de pie, moviendo la cabeza a derecha e izquierda sin parar, y haciendo unas cábalas que ni hizo ni Einstein para acabar postulando E=mc², me convencí de que la derecha, esta, era la mejor de las opciones. Así, satisfecho con mi decisión, pues sabía que había acertado, una levísima sonrisa de satisfacción se dibujó en mi cara, y una risa malévola retumbaba por mis adentros. Ésta se agrandó cuando miré a los demás, a los de la izquierda. "Perdedores", pensé. "Vais a estar ahí mucho más tiempo que yo". Pero no, el perdedor era yo.

Y no porque me equivocara en mi decisión, sino porque la vieja que tenía delante de mí no atinaba con el dinero, ya que no tenía dinero suficiente para pagar, y tenía que dejar algunos artículos. Mientras tanto yo, sosteniendo mi rebosante y pesada cesta, estaba sintiendo cómo se me contracturaba el trapecio, pues la mano empezaba a temblar del peso, al mismo tiempo que veía a los otrora perdedores salir victoriosos por la puerta, arañando ese tiempo que yo tanto necesitaba. Noté entonces cómo la pesada losa del perdedor caía sobre mí, y entonces, como buen perdedor, atribuí su éxito, exclusivamente, a un gran golpe de suerte. Por un momento, regocijándome en mi propia desgracia y maldiciéndome por mi sabia decisión, olvidé mi penosa situación. Y más me maldije al comprobar que seguía prácticamente igual, pues la vieja no quería desprenderse de nada. La chica de la caja intentaba quitarle o un par de cosas valiosas o varias de menos valor, pero nada, era imposible. Finalmente, ésta accedió a desprenderse de unas salchichas, un par de yogures y un zumo multivitaminas (pobrecita, se quedaba sin aporte lácteo y vitamínico).

Así, por fin, mi turno llegaba. Descargué mi rebosante cesta en la cinta, producto tras producto, mientras la chica los pasaba por el infrarrojos. Pi. Pi. Pi. Pi. Producto que ella registraba, producto que yo embolsaba. Acaba, y me dice el montante de la operación. Le pago, y cuando tiene que darme la vuelta, con la caja registradora abierta, se levanta y me dice que espere. "Lo que faltaba", pensé. "Si es que tengo que tener escrito gilipollas en la frente". La chica fue a la caja de la izquierda, la de los triunfadores, y allí, la otra chica, mírome, y confirmándome mis sospechas sobre mi escrito facial, sin prisa ninguna, gustándose haciendo aún más perdedor (con su experiencia, conocía de sobra esa sensación, y le encantaba producirla; lo vi en sus brillantes ojos cuando me sonría por pura compasión), le dio una buena bolsa de monedas. Regresó mi cambio, y me fue dado, pero ya era tarde. Había perdido mucho tiempo. Tantas cábalas para nada. Pero bueno, en retrospectiva, también es culpa mía, por no recordar las sabias palabras del rey de los supermercados, Apu Nahasapeemapetilon, cuando le dijo a Marge que la cola de los solteros era la más rápida y por tanto la mejor.

Y además, ¿desde cuándo la derecha es el mejor camino?

Las cosas mundanas


A pesar de vivir remotamente separados, sin tan siquiera conocernos, los humanos, en muchísimas situaciones, tenemos los mismos comportamientos, las mismas actitudes, los mismos pensamientos e incluso nos dan coraje las mismas cosas.

En este blog tendrán cabida esas situaciones. Quedarán plasmados miedos, resignaciones, alegrías, sonrisas no queridas pero sí disfrutadas, enfados porque sí... en fin, esas cosas que nos pasan cada día a todos.

Aquí se hablará de las cosas mundanas.